No hay día que no lea algo sobre e-learning (o sobre las características de la red en general) que no me encuentre con dos palabras relativas a las formas de comunicación: asíncrono, que es aquello que no ocurre a la vez que otra cosa -en el caso al que aludo sería la comunicación que no tiene lugar con la participación simultánea de los implicados, como un foro, el correo electrónico o este blog-; y síncrono, que no quiere decir nada.
Y aunque no signifique nada, ahí está, en una página tras otra, la bendita «comunicación síncrona» que se hace hueco para referirse a los chats, voz sobre IP y demás, cuando el español tiene una palabra para nombrar lo que ocurre simultáneamente a otro evento: sincrónico.
Lo que me lleva a la reflexión del título: cuando nos encontramos una palabra que no hemos oído en la vida y que aparece casi a la deriva en un texto plagado de tecnicismos, la tendencia es añadirla sin miramientos al vocabulario propio y así dar un paso más en la jerga de los entendidos. Esto tiene un pase con los obvios neologismos que salen al paso, pero no al sustituir palabras que ya existen por otras inventadas, mal copiadas o mal traducidas, simplemente porque no nos ha dado la gana de buscar cinco segundos.
En un campo como la formación, en el que a los profesionales se nos supone formados en general, no estaría de más que anduviéramos con más ojo y no tragáramos con todo.