¿Cómo presentar contenidos básicos?

Estoy estos días preparando una pequeña formación de formadores para un proyecto que se prolongará unos tres meses. En total serán tres sesiones, una para asentar los conceptos básicos, y otras dos de trabajo de campo, lo que supone una distribución que me gusta, y que puede ser suficiente si consigo aprovechar la primera de las sesiones para dar una base sólida a las otras.

Los contenidos no son complejos, aunque es probable que los asistentes no tengan experiencia previa en el área y tenga que hacer un repaso bastante exhaustivo, lo que está haciendo que me centre en cómo presentar tanta información. Son bastantes ideas, y va a ser inevitable entregar un manual sencillo pero bastante gordo y poco agradable de leer, así que procuraré seguir estas pautas de presentación general de contenidos:
  • Es imprescindible un esquema claro (que se pueda seguir sin perderse) y explícito (indicado expresamente y reconocible), que agrupe los distintos temas en la menor cantidad de categorías posible para facilitar su manejo. Las sesiones prácticas se encargarán de fijar en la memoria los detalles de cada una.
  • Quien mucho abarca poco aprieta, así que dejaré fuera muchísimos detalles que sé que se captarán perfectamente durante las sesiones prácticas aunque no se hayan mencionado previamente, y me ceñiré a lo que necesite explicación o sea de verdad imprescindible. La preparación de esta parte es crucial, porque separar el grano de la paja no es complicado, pero ordenar los granos por tamaño y calidad es otro cantar.
Creo que se trata de una buena aproximación para una sesión cuyo objetivo es preparar el terreno para aprender haciendo en las siguientes. Un esquema tan básico deja inevitablemente lagunas, pero en mi experiencia suelen ser huecos obvios que tienden a rellenarse solos a través de la participación de los asistentes (por lo que es imprescindible fomentarla también).

La formación precocinada en las organizaciones

Leía el otro día en el blog de Dolors Capdet que España es el país con mayor oferta de e-learning, pero donde menos adaptada está a las competencias laborales. La conclusión la daba un estudio que analiza el estado de la formación online en Gran Bretaña, Alemania y Francia también. Parte del dato de que las empresas españolas usan el e-learning para la formación con mucha frecuencia, pero parece ser que con poco esfuerzo de adaptación a las necesidades de los trabajadores (es decir, versa sobre temas generales, posiblemente de interés común, pero sin el imprescindible ajuste de los contenidos al puesto de trabajo).

Creo que la reflexión que me viene a la cabeza no es sólo válida para el e-learning: No abunda el uso eficiente de la formación, y temo que en muchos casos se ofertan cursos como un simple incentivo a los trabajadores, sin preocuparse de hacer la labor de investigación previa (que, para empezar, podría consistir en preguntar a los empleados qué quieren aprender) para orientar esa formación a algo directamente útil tanto al trabajador como a la empresa. Lo cual, seguramente, sería un incentivo aún mayor. Pero claro, requiere un esfuerzo sensiblemente mayor que escoger unos cuantos cursos de un catálogo, y normalmente ocurre una de dos cosas:

  • A la organización no le importa mucho si sus trabajadores quieren hacer esos cursos o no, y los oferta para que el Comité de Empresa deje de dar la paliza. Los trabajadores se apuntan para escaquear horas del trabajo (normalmente yo no les culparía por ello, dadas las circunstancias).
  • Alguien dentro de la organización piensa que habría que optimizar eso de los cursos, pero no tiene tiempo ni recursos para ello (en mi experiencia suele ser un mando intermedio). En este caso, al menos, una comunicación de abajo arriba eficaz -o perseverante- puede llevar a buen puerto.

Por otro lado, la oferta indiscriminada de cursos precocinados, que en e-learning es abrumadora, contribuye a mantener esta situación. No creo que sean malos en si mismos, porque efectivamente pueden ser una buena manera de proporcionar habilidades complementarias e, incluso, de motivar a los trabajadores. Pero para llegar a ese punto hacen falta unas cuantas formaciones estratégicas bien planeadas que sirvan para crear equipos competentes, de alto rendimiento.

Comer en el Burger King puede ser entretenido y agradable, y desde luego puede funcionar como incentivo de cuando en cuando; pero sólo cuando nuestro menú diario es un buen plato casero, hecho al gusto.

¿Qué tal se me da esto, en realidad?

Una de las cosas que tengo en cuenta permanentemente como profesional es la calidad del servicio que presto. Los clientes -consultoras, empresas receptoras de formación, instituciones- proporcionan, por norma, algunas herramientas de evaluación, por lo común cuestionarios que valoran la actuación del formador a partir de las opiniones de los asistentes al curso. Además, corresponde determinar el aprendizaje de conocimientos y capacidades que se ha producido y hasta qué punto los alumnos serán capaces de aplicarlo, quizá incluso realizar un seguimiento o un diseño comparativo y puede que hasta el impacto económico, dependiendo de nuestra implicación en el programa de formación.

Si actuamos como freelances para distintas empresas, el seguimiento que podremos hacer de los resultados puede que no sea suficiente como para sacar conclusiones fiables sobre qué tal lo hemos hecho. Por eso considero importante contar con mi propio cuestionario para pasarlo en cada uno de los cursos que imparto, si es posible a todos los participantes. Esto me permite mantener un archivo personalizado sobre el que poder hacer análisis de mis puntos fuertes y débiles (un DAFO en toda regla, vamos) y ver mi evolución a lo largo del tiempo, comprobando si las enmiendas, correcciones y mejoras que voy haciendo en mi técnica tienen o no impacto sobre la percepción de mis clientes. Al fin y al cabo, mi cometido es cubrir las necesidades y expectativas de quien me contrata y de quien recibe mis servicios, y n o hay mejor modo de saber si lo hago o no que preguntando.

Hablando específicamente de la satisfacción de los alumnos, el procedimiento que uso y que seguramente resulta más sencillo aplicar sistemáticamente es un cuestionario cerrado con preguntas concretas, cuya respuesta se exprese en forma de puntuación numérica en función del acuerdo o desacuerdo con lo planteado (lo que se conoce como escala Likert).

Ejemplo de escala Likert (tomado de http://www.siafa.com.ar)

En función de nuestros intereses haremos hincapié en unos u otros aspectos, pero encuentro imprescindible tocar los siguientes temas:

  • El formador conoce en profundidad el tema impartido.
  • Sabe transmitir esos conocimientos
  • Ha estado disponible y es fácil acceder a él cuando hace falta.
  • El discurso tiene un ritmo adecuado y el formador es buen orador.
  • Escucha con atención, se esfuerza por entender las demandas y es comprensivo y discreto.
  • Tiene buena actitud: es entusiasta, espontáneo y usa el humor adecuadamente.
  • Sabe ser flexible y desviarse del tema en la medida justa cuando es necesario.
  • Tiene capacidad de síntesis y análisis, da información rigurosa y pertinente.
  • La materia y su presentación están bien organizadas, con claridad, y las sesiones tienen una estructura bien definida.
  • Ha sabido tratar dudas, dificultades y objeciones adecuadamente.
  • La proporción entre teoría y práctica ha sido adecuada.

La escala de puntuación dependerá de lo fino que quieras que sea el análisis. Yo uso una escala del 1 al 5, que encuentro adecuada para mostrar tendencias. Si se diera el caso de que los datos tienden demasiado al medio, puede convenir reducir la escala a 3 puntos para forzar las puntuaciones extremas.
Es conveniente dejar un apartado abierto para comentarios críticos, tanto positivos como negativos, y una pregunta sobre la impresión general del curso y su aprovechamiento. A efectos de nuestro análisis no tendrá demasiada aplicación, pero puede ayudar a despejar dudas. Las malas críticas espontáneas no suelen abundar, así que puede ser interesante pedir expresamente que se indiquen aspectos mejorables de nuestra labor. Eso sí, hazlo al final para que la búsqueda de defectos no sesgue las respuestas al resto de cuestiones (¡especialmente en los cuestionarios oficiales!).
Recordemos que lo fundamental es que las preguntas sean específicas para poder tomar medidas concretas. Una valoración difusa o basada en impresiones globales no nos hace mucho servicio.

La parte laboriosa es trasladar todas estas puntuaciones a una hoja de cálculo para realizar el análisis de los datos. El simple agrupamiento bruto de la información ya resultará revelador, y por lo general se marcarán tendencias claras que podremos ver con facilidad si hacemos una representación gráfica. Un análisis más detallado a lo largo del tiempo tendrá que tener en cuenta las distintas variables que puedan actuar de forma diferente en cada grupo (edad de los participantes, sexo, situación laboral, labores desempeñadas, sector, temática del curso…), pero requerirá también de una toma de datos prolongada para resultar medianamente fiable. Obviamente, cuantas más conclusiones podamos obtener, mejor, pero para la mayor parte de los casos bastará con el análisis visual, a pelo, que nos orientará hacia qué partes de nuestro desempeño debemos dedicar más atención, y quizá más importante, en cuáles podemos apoyarnos con confianza.

Imágenes

Hace un mes más o menos que sigo un blog especialmente llamativo: The Big Picture. Con un nombre que no engaña a nadie, recoge fotografías de actualidad y las cuelga en alta resolución para disfrute del público y acelerando dramáticamente la rotación de los fondos de escritorio del mundo (las primeras semanas fueron un ansioso ir y venir de wallpapers en mi monitor, a medida que una imagen espectacular era sustituida por otra). Trata de ser lo más aséptico posible, limitándose a las fotos con un breve pie en el que describe la acción retratada sin pronunciarse demasiado.

Y sin embargo, los comentarios que suscitan sus entradas no son nada asépticos. Surge el debate, la polémica, la discusión agresiva, las acusaciones de partidismo, las adhesiones inquebrantables y las quejas ofendidas. La imagen no es inocente, y no hace falta más que eso para poder desarrollar todo un intercambio de ideas, de opiniones, una construcción de significados y, probablemente, un cambio de perspectiva en más de un visitante.

Esa es la filosofía que me gusta tener en mente cuando preparo un curso en el que voy a usar presentaciones. Igual que el conocimiento se construye haciendo, la comprensión y las explicaciones pueden desarrollarse a partir de imágenes ilustrativas de conceptos. Es más, cuanto menos texto usemos más atención tendremos por parte de nuestra audiencia, que no estará ocupada leyendo o -peor aún- copiando lo que aparece en pantalla mientras se pierde lo que sea que tenemos que decir.
Una buena selección de imágenes permite fijar con mucha más efectividad las ideas básicas que queremos transmitir. Sabremos que ha sido una buena selección cuando nuestros alumnos son capaces, al final de la sesión, de evocar de memoria al menos la mitad de las diapositivas que han visto, y recordar algo relevante relacionado con cada una.

Sobra decir que esto sólo es posible cuando hay una adecuada preparación previa del contenido. Y por supuesto habrá ocasiones en las que nos sea imposible no apoyarnos en una lista o un ejemplo, pero garantizaremos que no será más que lo imprescindible si fijamos nuestra aspiración en presentar la máxima cantidad de contenido con el mínimo de texto.

A caminar se aprende andando


Cuando planeamos el diseño de un curso hay una tendencia automática a enfocar nuestra actuación tal y como hemos visto que se hace durante toda la vida, a través de la exposición de la materia por parte del experto (el formador) a una audiencia de no expertos. Este procedimiento, aunque es inevitable en algunos momentos, no es deseable ni óptimo para conseguir que los asistentes al curso asimilen lo que se supone que deben aprender.

Podemos recurrir a una charla expositiva cuando nuestros alumnos necesitan conocer determinados conceptos teóricos que sienten las bases de un conocimiento práctico o cuando no hay tiempo para más, pero en cualquier cosa más extensa que una conferencia el foco debe estar en la práctica. Al fin y al cabo, el objetivo último de nuestra labor es que esas personas terminen nuestro curso con algunas habilidades que antes no tenían. No es necesario que se trate de algo observable, como aprender a utilizar un programa o a hablar un idioma, sino que puede ser algo tan etéreo como aprender a ver de otro modo las relaciones con los compañeros de trabajo; la clave está en que se trate de algo que antes no sabía hacer, y ahora sí. Y la clave está en el verbo «hacer».

Podemos hablar hasta el infinito acerca de cualquier tema, y nuestros oyentes pueden atendernos con todo el entusiasmo del mundo, pero si no les damos la oportunidad de poner en práctica el nuevo conocimiento, no habrán aprendido nada. Por eso es conveniente que toda la estructura enfocada a la formación de profesionales, desde los planes de formación (porque hay cosas que, por ejemplo, no pueden ponerse en práctica a través de e-learning, y esto hay que tenerlo en cuenta) a los temarios específicos y, por supuesto, las acciones formativas, dejen hueco a la manipulación, la práctica, la experimentación, el aprendizaje real.

No existe nada parecido a una habilidad teórica: si existe es porque sabes usarlo, sea un móvil o una estrategia para resolver sudokus. Por tanto, aunque tu próximo curso sea sobre ventas, gestión de equipos o cualquier otro campo poco tangible, deja hueco a la práctica. No se trata de aparcar la teoría, sino de convertirla en ejecución: en lugar de enumerarles técnicas de venta, ponles a vender y luego diles cómo mejorar. En lugar de hablarles sobre cómo motivar a un equipo, que hagan su mejor esfuerzo en una simulación, y luego revélales cómo hacerlo mejor. En lugar de explicarles cómo hacer una buena gestión del tiempo, ponles a elaborar una agenda, y luego corrígeles en lo que puedan perfeccionar.

Como siempre, un experto puede expresarlo mucho mejor que yo:

La importancia de los detalles

Siguiendo una de esas rutas bizarras que llevan saltando de enlace en enlace a los sitios más inverosímiles, encontré en youtube (que últimamente uso como motor de búsqueda directo, sin pasar por Google, y me está dando muy buenos resultados) este video de Graciela Garzón sobre el vestuario de un profesor:

Vale, es corto, no dice mucho y se centra en lo más básico del vestuario femenino, así que como ayuda para vestirse con una clase en mente aporta lo justo. Pero me ha gustado los motivos que aduce para recomendar el tipo de ropa: un profesor debe transmitir con su imagen tres cosas: conocimiento, seriedad y accesibilidad.

El conocimiento se transmite a través de una imagen de confianza en uno mismo. Lleves la ropa que lleves, compórtate como alguien que sabe lo que hace, y muestra curiosidad por las cosas (uno no llega a hacerse sabio si no es curioso).

La seriedad es imprescindible para iniciar un curso con buen pie a menos que seas una eminencia respetada. En muchas ocasiones hay que meter en cintura a algún asistente forzoso, y una imagen digna ayuda bastante.

En cuanto a la accesibilidad, uno no lo está haciendo bien si no hay interacción. Si tus alumnos no se dirigen a ti durante una clase, es que estás monologando, no formando. Invítales desde el principio a hablar libremente, y muéstrate receptivo a todo lo que dicen y hacen desde que entran por la puerta.

Soy más de la opinión de que esas características de un formador se aprecian cuando lleva hablando diez minutos, independientemente de su vestuario (para muestra, un interesantísimo botón), pero la imagen te vende desde antes de que abras la boca, y puede predisponer a tu audiencia en tu contra o a tu favor. No subestimes la importancia de los detalles, porque sumándolos llegas al conjunto. Y dado que nunca podemos controlarlos todos, es importante tener atados unos cuantos para poder compensar un posible efecto negativo de los que se nos escapan.

Cómo NO usar Power Point

Sé que es un vídeo que se ve con frecuencia, pero no puede faltar en este blog. Está en inglés, pero resume perfectamente los vicios de muchos formadores a la hora de hacer sus presentaciones:

Enumero los puntos principales (se pierde el toque humorístico, lo siento):

No incluyas cada palabra que vayas a decir (y que cada idea no ocupe más de una diapositiva).
Repasa la ortografía (para algo está el corrector automático).
Evita abusar de las viñetas, úsalas sólo para los puntos clave. De lo contrario lo fundamental y lo trivial se confunden.
Cuidado con las combinaciones de colores que hacen lagrimear y distraen.
Cuantas más diapositivas, menos efectiva es la presentación.
Cuantos más datos incluyas más dificil es seguir la presentación, cayendo la efectividad. Si van en gráficas, cuanto más sobrias mejor, y cuidado con el tamaño de la fuente.
Reduce al mínimo las animaciones. Las figuras flotando, girando y recorriendo la pantalla hacen que sea más fácil distraerse, aunque en ciertos casos pueden mejorar el impacto. Valora el riesgo.
La fuente que utilizas habla de ti. Escoge una que te guste y, sobre todo, intenta no usar la que viene por defecto, porque da una imagen de desidia que no te conviene.

Welcome, my friends, to the show that never ends

Quizá uno de los momentos más duros en el trabajo de un formador es el momento antes de que empiece una clase presencial. Aún no sabes a quién vas a tener delante, te surgen dudas acerca de lo preparado que vas, de si te funcionará el video, de si podrás seguir sin problemas en caso de que falle el cañón o el portátil…

Todos esos miedos se van diluyendo con el tiempo, pero nunca desaparecen del todo. Sólo hay una manera de conjurarlos con cierta garantía, y es mediante la preparación, el ensayo, las tablas y unas cuantas medidas que no debemos dejar de tomar jamás:

– Acude siempre con tiempo al lugar donde vas a impartir el curso. Yo recomiendo alrededor de una hora de adelanto, para presentarte a quien corresponda, montar tu portátil y demás aparataje, y tomarte algo tranquilamente mientras esperas a los participantes.

– Si es la primera vez que impartes formación allí, ve, llama o manda un correo electrónico un par de días antes para asegurarte de que tienen cañón y un lugar donde proyectar, enchufes (os aseguro que nunca se sabe), pizarra blanca con rotuladores que pinten, rotafolios o cualquier otro material que vayas a necesitar.

– Si vas a usar pizarra o rotafolios, lleva tu propio rotulador de repuesto.

Infórmate de la disposición del mobiliario, por si necesitas espacio para alguna actividad y no lo hubiera. En ese caso podrás cambiar de planes con tiempo.

No te apoyes totalmente en el ordenador. Además de tener la materia en la cabeza, lleva notas para recordar la estructura de los contenidos, y si piensas basarte en una presentación del portátil, prepara guías para los alumnos (equivalentes a los pantallazos más importantes) que poder fotocopiar y repartir en caso necesario. Si vas a poner un video, lleva una copia en cd por si las moscas.

– Asegúrate de que tu vestuario te permite quedarte en mangas de camisa si hace calor, o permanecer más abrigado si hace frío. Una ropa con la que estés a disgusto puede crearte inseguridad, y pasar frío o calor puede influir negativamente en tu estado de ánimo.

Ve al baño antes de que haya llegado nadie. Parece una chorrada, pero es el mejor momento y te puede evitar un apuro después.

Silencia el móvil.

– Prepárate para ir recibiendo a la gente. Entabla conversación informal con los que van llegando mientras esperas al resto. No te parapetes tras el ordenador ni salgas justo en ese momento a hacer cualquier otra cosa. No huyas, disfruta de conocer gente nueva o de reencontrarte con conocidos.

– Recuerda que los participantes están deseando que todo salga bien, así que de entrada los tienes a tu favor. Relájate y despliega tu habilidad.

Adaptándose al grupo

Ando estos días un poco apartado del blog, preparando un curso con bastante miga más por los asistentes que por el contenido. Así, aprovechando que estoy en ello, comentaré sobre esa misión fundamental del formador que es adaptar los objetivos a su audiencia, recopilando las pautas que sigo para llevar a cabo ese ajuste.

– Para empezar, establezco varios niveles de complejidad para cada apartado fundamental, partiendo de lo más básico. Normalmente juego con tres o cuatro niveles para manejarlos con comodidad, aunque puede haber apartados concretos que requieran algún estrato más. En cada uno de estos niveles voy agrupando los objetivos de aprendizaje de forma que puedan construirse desde cero hasta el grado máximo de experiencia.
Es conveniente establecer con cuidado esta jerarquía, ya que si está bien hecha nos servirá para todos los cursos que tengamos que impartir sobre un mismo tema.

– El siguiente paso es informarme sobre el grupo al que impartiré la formación. Se supone que debería haber homogeneidad, pero lo cierto es que uno suele encontrarse con bastante disparidad entre los participantes y eso puede dificultar la labor.
Cabe decir que muchas veces la información que los responsables del curso proporcionan es inexacta o incompleta, y por ello nunca está de más un poco de investigación por cuenta propia.

– Por último, combinando la información de las fases anteriores, preveo el nivel medio del grupo, lo que me sirve para decidir de cuál de los estratos definidos en la fase anterior debo partir en función de los conocimientos previos que se suponen a los asistentes.

La estructura compartimentada en niveles me permite avanzar y retroceder según las necesidades del momento y de forma organizada. Si observo que un determinado punto que di por conocido no lo es, volveré atrás tantos niveles como sea necesario y construiré el concepto desde abajo, pasando por todos ellos hasta llegar al que considero oportuno. Así tengo la garantía de que ningún apartado queda cojo.

Por supuesto, otra ventaja de este método es la flexibilidad que proporciona para avanzar y retroceder en puntos concretos sin perder el hilo conductor. Es cierto que requiere algo más de trabajo la primera vez que se prepara un contenido, pero compensa sobradamente el esfuerzo que ahorra para ocasiones posteriores y cómo favorece la asimilación de conceptos al proporcionar una estructura clara y definida sobre la que tanto formador como alumnos pueden moverse en función de sus necesidades.

Manteniendo la perspectiva


Cuando preparamos una acción formativa, tanto en lo que se refiere a contenidos como a estructura, dinámicas, materiales y demás, es posible que los árboles se hagan tan tupidos que terminemos por perder de vista el bosque. Cuidando las partes al detalle no es difícil caer en el error de convertir los medios en fines, y transformar un curso que debe servir para desarrollar unas habilidades en un montón de imágenes, ejercicios, debates y chascarrillos prácticamente independientes entre si.

Siempre que me enfrento a la tarea de planificar procuro recordarme constantemente cual es el objetivo fundamental que persigo. Demasiadas veces nos encontramos, como alumnos, con formadores competentes que nos hacen pasar un buen rato y nos transmiten conceptos interesantes, pero que mezclan contenidos, adaptan malamente actividades o recursos que sólo tocan el tema de interés tangencialmente (recordemos que tirar de lo conocido no tiene por qué ser malo, pero tiene sus riesgos) y, en definitiva, olvidan para qué están ahí.

Cada vez que definamos cómo vamos a plantear una formación y qué recursos vamos a poner en juego, no podemos dejar de preguntarnos si realmente ayudan a avanzar hacia los objetivos de aprendizaje que tenemos fijados. No utilicemos una dinámica divertida para rellenar simplemente porque llevamos demasiado tiempo hablando: ajustemos sus características a alguno de los conceptos clave que queremos transmitir. Y ante la duda de si realmente aporta algo, desechémosla en favor de otra más apropiada: nuestros alumnos no son tontos, y se darán perfecta cuenta del apaño que estamos haciendo, aunque tengan la amabilidad de no mostrarlo.