¡Quiero ser formador (en lugar del formador)!


Si esta idea ronda tu cabeza, antes de nada valora qué es lo que te llama de este campo. La formación empresarial o in company no es el chollo por el que suele tomarse, así que si tu única motivación es trabajar poco y ganar mucho te recomiendo otras opciones (la Quiniela, por ejemplo).
Si por el contrario sabes, o al menos intuyes, que es un sector que requiere esfuerzo y dedicación, entiendo que además del económico te impulsa alguno de estos factores:

– Te gusta la educación de personas adultas, y te entusiasmas ante una audiencia.
– Eres bueno transmitiendo conocimientos e ideas, y como siempre que se nos da bien algo, estás deseando utilizarlo.
– Has recibido uno o varios cursos y la labor del formador ha sido tan buena que estás deseando ser como él 🙂
– Tienes un montón de know-how, conocimientos punteros, experiencia valiosa o ideas innovadoras que estás deseando transmitir.

Todos son buenos motivos, y cuantos más de ellos acumules mejores perspectivas tendrás. Una acción formativa, sea de lo que sea, requiere que te guste lo que haces, que conozcas en profundidad el tema y, por supuesto, que sepas moverte en una clase. Y la buena noticia es que, excepto por lo de ser un experto en el campo, el resto se entrena con cierta facilidad.

Independientemente de tu formación y experiencia, seguramente hay un área de conocimiento en la que te mueves con soltura; procura partir de ahí, e investiga cómo puede aplicarse a la formación empresarial. En algunos casos es más obvio (software específico, management, PRL, marketing y ventas…), pero en otros tendrás que buscar una nueva perspectiva. Un buen modo de hacerlo es partiendo de la oferta formativa que ya existe: en los catálogos de la multitud de consultoras que han surgido a la sombra de la formación subvencionada tienes decenas de cursos sobre temas de lo más variado, entre los que encontrarás alguno que se aproxime a tu campo.
Si además acudes a portales de empleo, verás que todos los días hay ofertas que reclaman profesionales para impartir materias de todo pelaje, así que toma nota y repasa cuáles se aproximan a tus capacidades.

Y hablando de portales de empleo, precisamente te recomiendo que empieces tu carrera como formador por cuenta ajena, contratado por una consultora. Esto tiene dos ventajas fundamentales:

– Serán probablemente cursos de corta duración, con contenidos sencillos y un manual genérico de apoyo, lo que para empezar facilita las cosas. La calidad del manual es otro cantar, prepárate para elaborar el material que necesites prácticamente desde cero.
– La mayoría de consultoras no son muy quisquillosas con la selección de nuevos formadores externos, porque suelen tirar de ellos cuando les han fallado los habituales a última hora, o para cursos tan trillados que es difícil dar con una persona que no sea capaz de enfrentarse a ello. Tristemente, este no es un criterio que diga mucho en favor de la calidad de la formación, pero te vendrá de perlas para meterte en el mundillo. Con el beneficio adicional de que, si reúnes los requisitos de los que hablábamos al principio, destacarás con facilidad por encima del nivel medio.

Así pues, rastrea la red en busca de la oferta que te lanzará al estrellato, envía tu CV a las consultoras que encuentres (que serán muchas) y utiliza tu red de contactos para meter la cabeza en el mundillo. Es relativamente sencillo acabar dando con una oportunidad.

¿Tienes lo que hay que tener?

Un requisito que sí tendrá en cuenta invariablemente quien vaya a contratarte es que tengas experiencia docente. No son raros los ataques de miedo escénico en el último minuto que obligan a cancelar un curso porque el formador no sabía dónde se metía y no era capaz de aguantar la presión. Si de verdad te llama esta profesión y nunca has dado una clase, no te preocupes porque foguearse es relativamente fácil (o al menos lo es descubrir si vales o no), prácticamente todo vale para romper el cascarón, y puedes empezar inmediatamente:

– Habla con tu jefe en el trabajo para plantearle que seas tú quien enseñe a los nuevos a usar el software de la empresa, impartiendo sesiones teórico-prácticas.
– Ofrécete a reforzar la prevención de riesgos con una presentación aprobada por el servicio de PRL (en las oficinas suele repartirse un manual, hacer un test y hasta luego, cuando una simple charla con el proyector lleva el mismo tiempo y convierte un trámite en un aprendizaje real).
– Busca hueco para dar clases particulares por cuenta propia o en una academia.
– Sé profesor voluntario en una ONG.
– …

Si además te haces un curso de formador ocupacional o de formador de formadores rizarás el rizo y te resultará mucho más fácil encarar la tarea, pero bajo ningún concepto vayas a dar un curso sin haber tenido unas cuantas experiencias previas de lo que es una acción formativa. Da el paso sólo cuando ya hayas comprobado que esto es lo tuyo, por tu bien y por el de la profesión: la formación de calidad es mucho más que impartir unos contenidos más o menos complejos, y un formador es mucho más que un experto en esos contenidos, como sabe cualquiera que haya pisado alguna vez una escuela.

Manteniendo la perspectiva


Cuando preparamos una acción formativa, tanto en lo que se refiere a contenidos como a estructura, dinámicas, materiales y demás, es posible que los árboles se hagan tan tupidos que terminemos por perder de vista el bosque. Cuidando las partes al detalle no es difícil caer en el error de convertir los medios en fines, y transformar un curso que debe servir para desarrollar unas habilidades en un montón de imágenes, ejercicios, debates y chascarrillos prácticamente independientes entre si.

Siempre que me enfrento a la tarea de planificar procuro recordarme constantemente cual es el objetivo fundamental que persigo. Demasiadas veces nos encontramos, como alumnos, con formadores competentes que nos hacen pasar un buen rato y nos transmiten conceptos interesantes, pero que mezclan contenidos, adaptan malamente actividades o recursos que sólo tocan el tema de interés tangencialmente (recordemos que tirar de lo conocido no tiene por qué ser malo, pero tiene sus riesgos) y, en definitiva, olvidan para qué están ahí.

Cada vez que definamos cómo vamos a plantear una formación y qué recursos vamos a poner en juego, no podemos dejar de preguntarnos si realmente ayudan a avanzar hacia los objetivos de aprendizaje que tenemos fijados. No utilicemos una dinámica divertida para rellenar simplemente porque llevamos demasiado tiempo hablando: ajustemos sus características a alguno de los conceptos clave que queremos transmitir. Y ante la duda de si realmente aporta algo, desechémosla en favor de otra más apropiada: nuestros alumnos no son tontos, y se darán perfecta cuenta del apaño que estamos haciendo, aunque tengan la amabilidad de no mostrarlo.

¿Podemos salir a tomar un café?

Todo es mucho más fácil cuando se compartimenta. La planificación de una sesión de formación tiene que ir en función de dos factores, que son el tiempo disponible y el número de participantes, pero en general podemos seguir algunas pautas casi universales que facilitan la distribución de las actividades y, sobre todo, la participación de los asistentes (o, al menos, que no se duerman…).

Como promedio, un grupo de alumnos mantendrá la capacidad de atención intacta durante periodos de 45 minutos a una hora. Dicho esto, es difícil prolongar ese tiempo, pero relativamente sencillo acortarlo mediante lecciones magistrales interminables, monologando en torno a una presentación, leyendo implacablemente un manual… Recursos estos a los que suelen recurrir quienes no han tenido tiempo o ganas para prepararse algo decente.

Pero incluso cuando es ese el caso (seguro que no soy el único que ha tirado de reservas en algún momento), podemos convertirlo en una experiencia positiva para los participantes si seguimos un par de pautas sencillas:

– Nunca hables durante más de quince minutos seguidos.

– Fomenta la participación: si tienes que explicar algún concepto complejo que requiere una buena conferencia, procura hacer pausas (recuerda la regla de los 15 minutos) para pedir la participación de los alumnos: que aporten experiencias ilustrativas del tema tratado, que razonen cuál será el siguiente paso…

– Un ejercicio práctico o una dinámica por cada media hora de teoría es un buen ratio. Más práctica es deseable, más teoría un tostón.

– Haz un descanso cada hora y media si es un curso con mucha carga teórica, o cada dos horas si es eminentemente práctico.

– Reserva al menos una hora de cada cinco para hablar sobre casos particulares que los participantes propongan, o para un debate.

The audience is listening…

Una de las competencias clave del formador es la capacidad para llevar a su audiencia, sus alumnos, por donde le interesa. Conducirles a determinadas conclusiones, a que se hagan y le hagan ciertas preguntas, a que intercambien opiniones, a que le escuchen con atención o a que se abra un debate que en apariencia surge espontáneamente, todo eso depende del manejo que el formador tenga de su discurso. Para aproximarme a esa maestría hay cuatro puntos clave que procuro no saltarme nunca:

– Preparación: Es imprescindible saber de qué se va a hablar, y documentarse aunque se trate de temas que manejamos con soltura, en previsión de esas preguntas inesperadas (pero siempre bienvenidas) que nos ponen en un aprieto. No es un crimen no saber una respuesta: es un fallo garrafal no traerla sabida y exponerla al día siguiente.
– Ensayo: No te aprendas un discurso de memoria (si te falla, estás perdido), pero sí es conveniente que practiques cuatro o cinco frases de introducción a los puntos más importantes, a las dinámicas y los ejercicios prácticos, y a los debates. Un muy buen método: ponte ante el espejo y prueba a ver qué tal suena, quedándote con lo básico, lo que no deberías saltarte. Esto es particularmente útil para la presentación del curso, al hablar de sus objetivos y de ti mismo como formador, e igualmente útil para el cierre, cuando despides a los alumnos, les das las gracias y les haces llegar tus impresiones generales sobre cómo ha ido todo.
– Seguridad: tu boca dice una cosa, pero tu cuerpo puede estar diciendo todo lo contrario. Vigila tu lenguaje no verbal, procura mantener la cabeza y el cuerpo erguidos pero no envarados, y los brazos relajados aunque gesticules con ellos. Los hombros sin tensión, y la mirada buscando los ojos de tus alumnos en todo momento. Un terapeuta que conocí decía que el secreto está en mantener el mentón elevado como si sostuviéramos bajo él un balón de rugby: ni uno de baloncesto, que nos da una imagen de prepotencia, ni una pelota de tenis, que nos achica ante el público.
– Naturalidad: Compórtate como si los asistentes al curso fueran conocidos de toda la vida. Trátales con respeto y manteniendo esa distancia profesor-alumno que reviste tus frases de cierto peso y autoridad, pero con la familiaridad suficiente como para acercarte a ellos y preguntarles por sus opiniones, sus pensamientos, sus vidas, y hacer chascarrillos ocasionales. Si te ven en tu salsa, se meterán en la propia.

Para rematar, os dejo un enlace a un manual práctico para hablar en público bastante exhaustivo colgado en la web 16.35CAN de Caja Navarra. No será la última vez que mencione este sitio porque tiene más de un recurso interesante, y os animo a que lo exploréis con detenimiento.